Como sabréis, me gustan los mundos extremos.

En Black Hammer presentamos un mundo en el que, tras ser devastado hace casi mil años por La Plaga, los escasos supervivientes se agolpan en peculiares ciudades aparentemente a salvo de la Plaga que devastó el mundo, tras las murallas, hechizos y fe.

En Guerras Eternas la que creo que es la mayor guerra que jamás se ha escrito para ningún multiverso de ficción.

En Infinity Dungeon un mundo infinito de pasadizos, cavernas y catacumbas. La esencia del dungeoneo elevada a su máxima potencia.

Bien, hoy viendo la película Origen se me ha ocurrido extrapolar la idea detrás de Infinity Dungeon a otro de los entornos típicos de las partidas de los juegos de rol de fantasía, la ciudad.

La referencia al respecto es obvia, Ravnica, la ciudad mundo de Magic The Gathering.

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Así nace, Infinity Urban

Infinity Urban, aventuras eternas en entornos urbanos 

No existen mundos, no existen universos, ni planos divinos ni infernales, sólo existe la Ciudad.

Una urbe infinita, ilimitada, que se extiende infinita en todas direcciones, que ha existido siempre y que posiblemente existirá para siempre. La Ciudad devora vidas y almas al mismo ritmo que las trae a la vida.

En sus rincones se esconden los lugares más depravados, los palacios más gloriosos y los templos donde la Gloria se encarna en semidioses hijos de la Ciudad, la Gran Madre.

Pero no creas que a pesar de que su paisaje es meramente urbano presenta una uniformidad aburrida. Al contrario.

Los viajeros que han recorrido sus calles, avenidas, callejones y catacumbas hablan de maravillas sin par. Reinos repletos de edificios de plata que se elevan hacia el cielo, y cuyos torreones superiores se expanden como copas de árboles, extendiéndose como una segunda ciudad en los cielos donde viven los ángeles, solares y devas. Se habla también de zonas devastadas por reinos en guerra, donde las ruinas de los edificios ocultan la entrada a la ciudad subterránea donde la resistencia combate a sus enemigos saliendo al exterior en ataques relámpago. De palacios de hielo y agua vivientes en los que habitan y complotan los contempladores de hielo.

Igual que en Infinity Dungeon, aquí también existen los cartografistas. Gente que dedica su vida a documentar los diferentes reinos, zonas e imperios, y recoge en voluminosos volúmenes, valga la redundancia, las maravillas que aguardan en los callejones lejanos de recónditos imperios, en los palacios flotantes de semidioses y archimagos, en los jardines mecánicales de los nobles trolls, las Torres Infinitas, un bosque de edificios de piedra esculpida en una sola pieza que se elevan más allá de donde alcanza la vista, como queriendo tocar los cielos, y en cualquiera de las infinitas maravillas que componen La Ciudad.

En ella, además de los cartografistas, encontraremos todo tipo de aventureros y personajes, así como monstruos terribles y extraños. En La Ciudad encontraremos los golems de ladrillo, los elementales de cloaca, las Siete Catedrales Vivientes, las gárgolas de cristal, la Marea, una horda de nonatos no muertos que devora cuerpos y almas en algunas cloacas, los dracos de arenisca, obsidiana y pizarra, y sus hermanos menores y mayores.

En la Región Inundada de Isturbia, encontraremos el Gremio de Barqueros, que transportan a los viajeros por los canales sin fondo de esa región de la Ciudad y los únicos que pueden mantener a raya a las criaturas de los canales. Por el contrario, no sería de extrañar que un viajero desease perderse en los laberintos palaciegos de Odralia, donde las vampíricas princesas de sangre y las concubinas sexuales de ordalía intrigan, seducen y pierden a los varones, entre burlas y juegos.

En los Bosques de Piedra, lugar sagrado de enterramiento, sectas eternas, enfrascadas en una guerra cuyos motivos yacen olvidados y enterrados junto con los muertos, adoran y usan a los espíritus, enfrentando a camarillas inmortales de fantasmas unas contra otras.

Imaginaos las guerras entre reinos, con asaltos en oleadas para tomar edificio tras edificio, castillo tras castillo, mazmorra tras mazmorra. O los Juegos Dorados, que reúnen los mejores atletas y soldados de varios reinos en una competición siempre amenazada por los enemigos de la Paz. Imaginaos explorar reinos acuáticos, enteramente repletos de torres de cristal que se sumergen hacia las profundidades y a la vez que se elevan hacia las nubes, alimentadas y mantenidas desde catacumbas bajo el lecho marino por esclavos deformes. O recorrer callejones entre edificios de adobe, repletos de burdeles, tabernas y clanes de ladrones, siempre buscando un botín con el que pagar las caricias de mujeres y hombres de compañía.

Son las infinitas caras de La Ciudad.

Pero no importa lo grandes que sea La Ciudad y sus habitantes. Al final, a pesar de tanta maravilla, de tantos habitantes y de tantas intrigas, uno siempre está solo. Como dicen los habitantes de este mundo, los Hijos de la Urbe, «al final, sólo estás tú. Ni amigos, ni aliados, ni enemigos. Sólo tú. Tú y la Ciudad«.