Unas breves palabras

El Deseo del Infiel es un escenario breve estilo sandbox, basado en la mitología Lovecraftiana, que transcurre en el Londres Victoriano de finales del siglo XIX.

Como ambientación, además de las obras de Lovecraft puedes tomar cualquier manual de la Época Victoriana, y yo recomiendo encarecidamente usar el magnífico plano realizado por Eneko Menika en su Patreon (El Gran Templo de la Logia de St. Dustan).

Por supuesto, cualquier mapa de Londres ayuda con la ambientación y cualquier plano de una mansión o casa victorianas sirven como centro del escenario, así que puedes adaptarlo con extremada facilidad.

El Deseo del Infiel no está pensado para ningún juego en particular, razón por la cual no se incluyen en él ni estadísticas ni reglas. Eso hará trabajar más al Guardian/Master/Director de Juego, por supuesto, pero amplía mucho el público al que puede dirigirse, y el mundo del rol es ya lo bastante pequeño como para acotárnoslo nosotros mismos.

Puedes tomar la Campaña El Deseo del Infiel como continuación de cualquier otra aventura que hayan terminado tus jugadores, lo que te facilitará crear las estadísticas de los personajes no jugadores y los adversarios de los personajes.

Una nota importante es que El Deseo del Infiel va a requerir que tus jugadores desarrollen el trasfondo de sus personajes de forma en algunos casos bastante incómoda, por lo que no recomendamos esta aventura para lectores/jugadores no maduros, ni, por supuesto, menores de edad.

Este escenario debe ser considerado algo turbador, está diseñado para ello. Los personajes no volverán a ser los mismos una vez la hayan completado, quedáis advertidos. Si la jugáis, será bajo vuestra responsabilidad, pero recordad que esto es sólo un juego, y todo es imaginación, y no debe afectar a vuestras vidas reales.

Y por supuesto, si tu objetivo no es jugarlo inmediatamente, y sólo quieres pasar un buen rato leyéndolo y disfrutando de una buena historia, El Deseo del Infiel te recibirá con los brazos abiertos. Pues como aprenderemos en esta aventura, los deseos deben ser satisfechos, con la más terrible de las penas y el más horroroso de los castigos, caso de no hacerlo.

Sin más, adentrémonos en la niebla. El Támesis parece traer un rumor en la lejanía, y la noche encubre gemidos y murmullos de la vista de los ciudadanos de bien. Londres bulle bajo las nubes mientras la lluvia empapa la ropa de quienes se exponen a los elementos y a la mortecina luz de las farolas de gas.

El mal, los depredadores y los deseos acechan en algunas esquinas, y pobre de ti si acortas por la calle equivocada, y te expones a los designios de oscuro universo que nos contempla divertido.

Introducción

La lluvia empapaba el dobladillo del vestido de Daisi. Daisi no era su verdadero nombre, por supuesto, aunque en noches como ésta cuando la absenta y el dragón enturbiaban su juicio casi podría haber jugado que si.

La vieja seda roja disimulaba las manchas de barro, y los rotos habían sido ocultados hábilmente por la costurera del burdel, por lo que, en parte gracias a su estado de embriaguez, Daisi casi se creía las palabras de su cliente sobre lo hermosa que estaba.

En sus tiempos, cuando llegó a Londres, sí había sido una joven hermosa. Su juventud y disposición a agradar habían llamado la atención de unos altos señores que habían hecho fortuna con el comercio de pieles y sedas. Estos, negociaron con sus padres su servidumbre como acompañante de su hija mayor, en la ciudad.

Los primeros años fueron buenos, la Señorita Carlotta Glamis la había tratado bien, ambas tenían más o menos la misma edad, y la joven de buena familia agradecía mucho la compañía de alguien más avezado en las vicisitudes de la vida y el amor que ella.

Todo fue bien hasta el compromiso de Carlotta con el tratadista Algernon Nevill, quien rápidamente demostró que los rumores sobre  sus actos más allá del océano eran ciertos, y se encaprichó de Daisi. Al principio, no fue difícil rechazarle, pero con cada regalo, lisonja o roce, la joven de provincias fue enamorándose del apuesto comerciante. De nada la sirvieron los consejos de sus padres, ni sus propias experiencias con los jóvenes de la aldea, Daisi cayó en brazos del Sr. Nevill, viviendo un apasionado romance de novela, hasta que fueron descubiertos por otra de las criadas.

La caída en desgracia de Daisi era previsible. El tratante la culpó de haberle seducido con obscenas artes, y la joven fue expulsada de la casa donde servía. Sin poder volver a su pueblo de origen, muerta de vergüenza, sólo la calle le permitía una salida que no fuese arrojarse al Támesis

De esto hacía ya veinte años. Su piel se había marchitado, su juventud, desvanecido, más por la dureza de la vida de la calle y los burdeles que por su edad, y sus sueños, enterrados junto el amor por Algerton y los cadáveres no natos de sus errores.

Daisi miraba los caserones de piedra del Whitehall, tan lejanos y fantasmales, etéreos a causa de la niebla e inaccesibles por la riqueza. Atrás había quedado el Aldgate, y el coche de caballos enfilaba la Plaza de Trafalgar, como las otras veces. Pronto, si iban donde otras veces, llegarían a su destino.

El Sr. Hugh Percy y sus acompañantes habían sido siempre muy buenos con ella, educados y hasta respetuosos, y Daisi hasta albergaba la secreta esperanza de que alguno de ellos la retirase de esta vida.

¿Qué le importaba a ella si su futuro marido participaba en orgías con prostitutas si a cambio la retiraba de las calles?

El coche se detuvo, y Daisi dejó el vaso con el icor verde de los artistas en su bandeja, mientras el cochero le abría la puerta. Con premura, pues no quería hacer esperar a sus clientes, bajó los peldaños de la calesa.

Ante ella, una estrecha y discreta casa se asentaba entre dos caserones que, a su entender, chorreaban dinero y riqueza. Como siempre, los vecinos cotilleaban tras las cortinillas, para rápidamente correrlas cuando se veían descubiertos por su mirada.

Sus dos plantas de altura y su estrechez, así como su tejado bajo ocultaban lo que en su interior era una mansión verdaderamente grande. Todas las casas de la zona poseían un sótano donde dormían los sirvientes y se guardaban el vino y las viandas, pero ésta poseía, que ella supiese, al menos dos sótanos, además de las tres plantas superiores que podía contar desde fuera, aunque nunca las hubiese pisado.

Como las otras veces, varias mujeres jóvenes la esperaban mientras el cochero cerraba la puerta tras ella. Parsimoniosamente la desvistieron, la bañaron, untando su piel en aceites aromáticos que volvieron a hacerla sentirse hermosa, y la volvieron a vestir con la delicada túnica roja de las otras ocasiones.

La voz del Sr. Percy la asustó mientras se vestía. No le había oído entrar, y sólo el crujido de la puerta al cerrarse a su espalda le indicó que no había estado ahí durante todo el proceso.

Le dedicó lisonjeras palabras, que la hicieron sonreír y sentirse mujer de nuevo, mientras las otras mujeres se retiraban.

Ya sabía lo que venía.

En silencio, le acompañó escaleras abajo, descendiendo dos pisos. Esta vez sí se fijó y vio que otra escalera, esta de caracol, descendía hasta un tercer sótano. La curiosidad la corroía, pero se abstuvo de preguntar nada. No quería incomodar al Sr. Percy ni parecer una entrometida. Las palabra de su madre vinieron a su mente, “los hombres no soportan a las mujeres entrometidas”.

Nada más descender por la escalera, en lo que parecía un enorme ropero, con ropajes de varias personas colgados en sus paredes, el Sr. Percy le puso una venda negra en los ojos. La tela era suave, y olía a grosellas y a fresas.

Tomándola de la mano, el noble la guió por dos o tres puertas hasta que entraron en una que, por las reverberaciones de los cánticos, parecía bastante grande. El silencio se hizo a su llegada, y tras pedirle que se detuviese, las manos del hombre le arrebataron la túnica con cuidado.

Daisi podía imaginarse la sala repleta de hombres, y quizás de otras mujeres, contemplando el todavía hermoso cuerpo que poseía a sus treinta y ocho años.

Quería creer que en ese momento era el objeto de atención de todos, y no le importaba si allí había cuatro, cinco o diez personas. Pagaban extremadamente bien, el dinero de un mes por una noche con ellos, y era bien alimentada, tratada y cuidada. Unos eran delicados, otros, apasionados al hacerle el amor, alguno un poco brusco, pero Daisi estaba acostumbrada a una violencia mucho mayor que unos pocos juegos de franceses.

Como las otras veces, la hicieron tumbarse entre cojines y mantas en el suelo, y las caricias empezaron a lloverle.

El tiempo se deshizo, desvaneciéndose junto con su consciencia. Las drogas y el alcohol, los aromas y el tacto se unían a los besos y los sonidos para hacerle perder el sentido de la realidad.

Ella era el centro de ese universo, satisfaciendo el deseo, siendo el objeto de la pasión, de las miradas, y, quería creer, del momentáneo amor que el arrebatamiento que poseía a sus clientes le proporcionaba.

Sabía que la sensación se desvanecería, que todo terminaría, y sería llevada de nuevo a vestirse y devuelta en el coche de caballos a Whitechapel o al Aldgate, con una buena bolsa de monedas, pero no le importaba. Ese momento lo era todo y los gemidos, abrazos, caricias y humedades eran la única realidad que ahora le importaba.

De repente, un olor la distrajo. Era nuevo, como a castañas y madera quemada, quizás alguien procedente del campo que había estado casando castañas, o tal vez un perfume exótico de oriente como los que se imaginaba que le regalaría su futuro amante si alguno de esos hombres decidiese apartarla de las calles para siempre.

Era joven, y musculoso, no todos los que la habían poseído esa noche podían decir lo mismo, y sus labios de piedra parecían tan ávidos de darle satisfacción a ella como de conseguirla para él.

Sus manos la acariciaron, como si adorasen su cuerpo, casi como si estuviesen rozando con las yemas de los dedos los trabajados detalles de un altar al que eran devotas. Ella casi podía notar sus ojos clavados sobre sus labios, sus pechos y sus muslos.

Poco a poco, Daisi se fue dejando llevar, olvidándose de dónde estaba, de nuevo, y esta vez, dejándose acompañar al orgasmo mientras su amante se derrumbaba sobre ella.

Por primera vez en todas las ocasiones en las que había venido aquí, Daisi temió que todo terminase. La realidad había llegado tan rápido como el fin del orgasmo, y por primera vez, sintió miedo.

En todas las visitas, la curiosidad no había logrado que se quitase la venda ni una sola vez, ni siquiera que se lo plantease en serio, pero el temor de perder aquello, lo único bueno que le había pasado en toda su vida adulta, pudo más que la prudencia, y disimuladamente, Daisi levantó un poco la venda de los ojos.

La escena era más o menos como la había imaginado, gente desnuda a su alrededor, velas por toda la habitación, y sobre ella, el hombre más guapo que jamás había visto.

Mr. Percy estaba a su derecha, pero apenas le vio. Lo que atrajo su mirada, y la horrorizó, fue la terrible cosa que flotaba sobre ella y sobre el cuerpo del último hombre que la había poseído, a unos metros, cerca del techo. Era carnosa, bullente, palpitante, y no era de este mundo.

El grito de horror de una de las mujeres que había en la sala delató que la habían descubierto. Su mirada de horror era acompañada por un dedo delator que la señalaba a ella, y todos se volvieron hacia Daisi, asustados. Inmediatamente, varios de los hombres que estaban presentes cogieron unos extraños cuchillos del suelo, y se abalanzaron sobre ella con gritos de “rápido, rápido, hacedlo ¡ya!”.

El hombre con olor a castañas se abalanzó también sobre ella, intentando estrangularla. Lo último que contempló Daisi, mientras moría desangrada y asfixiada, era el extraño medallón que el hombre  llevaba. Un ojo lleno de tentáculos que parecía mirarla con avidez, y que palpitaba mientras la cosa de arriba se revolvía histérica.

  • Fin –

“Orden a través del Deseo, sa­tisfacción a través de la Unión”




El Deseo del Infiel

La Iglesia del Deseo del Infiel es un poderoso movimiento que, desde mediados de siglo, ha crecido en adeptos y en poder en Londres y su entorno. Entre sus numerosas logias y centros de reunión destacan la villa de Gregoire de Pyrynnes, la Logia Londinense de St. Dunstan y los sótanos de la Abadía de Clermont.

Lo que comenzó siendo un culto pagano importado del Sur de África ha sido adoptado por la nobleza y las clases enriquecidas de Inglaterra con una facilidad que asustaría a la Iglesia Anglicana de ser consciente de la existencia de este culto.

El culto en si mismo se hace llamar La Iglesia de los Sentidos, pero de forma coloquial prefieren autodenominarse el Deseo del Infiel. El motivo de este sobrenombre es desconocido, y no parece probable que nadie del culto realmente conozca el origen de la expresión, pero quizás haga referencia a la uno de los principios de la Iglesia que dice que, la única forma de sostener el orden y la familia es satisfacer los deseos ocultos de sus miembros.

El culto, o la iglesia, como gustan de llamarse, de los Sentidos, proclama que las dos únicas razones de la existencia del ser humano son crear orden y satisfacer sus deseos.

Cómo alguien pudo llegar a asociar ambos conceptos es algo que se escapa a los estudiosos de la orden (y a los de fuera que conocen la existencia y naturaleza  del culto), pero si lo meditamos bien, muchas veces la causa del desorden en una familia, en una ciudad, en el Imperio o en el mundo, es la existencia de numerosos deseos insatisfechos, por lo que, satisfaciendo cualquiera de las necesidades del ser humano sin ninguna restricción moral ni social, La Iglesia de los Sentidos espera poder extender el Orden (con mayúsculas) por el Imperio Británico primero, y por el resto del mundo después.

El culto ya ha instalado diversas capillas en las ciudades de Europa como París, Madrid y Roma, siempre cerca de los centros de poder, para intentar atraer miembros con capacidad, influencia y riqueza para satisfacer deseos e instaurar el Orden. Se dice que en París el culto ha captado en estos años a artistas, pintores y escritores.

El proceder de la Iglesia de los Sentidos para captar socios es bastante procedimental. Comienzan estudiando los deseos ocultos de sus futuras incorporaciones (algunos los llamarían víctimas), para lo cual poseen una inmensa habilidad, un don casi sobre natural. Da lo mismo que esos deseos sean amorosos, sexuales, culinarios, de bebidas o drogas, arte, espectáculos, viajes, deseos de experiencias, juegos, ambiciones de poder o riqueza…o que sean legales o ilegales.

Todo es legítimo.

Después, se encargan de satisfacer todos estos deseos sin ningún tipo de límite,  pero de forma paulatina, para que el aspirante vaya cediendo parte de su control, entrando cada vez un poco más en la estructura del culto, hasta que sus deseos son cubiertos más allá de sus expectativas y sin saberlo, se haya convertido en miembro de la Iglesia de los Sentidos.

Después de eso, con tal de seguir satisfaciendo sus deseos sin ninguna culpa ni repercusión, los miembros harán lo que las jerarquías de la Iglesia deseen, desde iniciar a sus familiares y amigos a  abrir las puertas del poder al culto.

Sólo en Londres, pertenecen a ella varios cientos de personas adineradas, nobles y militares de alto rango, y su número crece, literalmente, cada día. Su poder ha comenzado ya a ser notado por algunas instituciones y compañías de Londres, y si bien suelen menospreciar su decisión e influencia, sus rivales no quitan ojo de sus actividades, en espera de que se extralimiten y se entrometan en sus propias actividades. Algo que sin duda pasará en breve dado su crecimiento.

El Deseo del Infiel no tiene normas, ni mandamientos, ni directrices, sólo un lema que es a la vez su mantra y el motivo de su existencia.

“Orden a través del Deseo, satisfacción a través de la Unión”

Siguiendo esta escueta y enigmática directriz sí parece existir un conjunto de buenas prácticas o normas no escritas entre los miembros de la Iglesia de los Sentidos.

Cosas que sólo sus miembros conocen y comprenden, y probablemente no todos, como satisfacer todos los deseos propios o de un miembro del culto siempre que eso no ponga en peligro el orden de tu casa, de la Iglesia o de tu nación. O la vieja costumbre de que los recién llegados a una logia, como muestra de respeto y entrega, ofrezcan tres regalos a la jerarquía de esa logia del culto. Estos tres regalos suelen variar, pero suelen estar relacionados con la satisfacción de los deseos.

En Londres, por ejemplo, suelen ofrecer a otras logias una botella de absenta pura, un ramo de flores de penetrante aroma y una moneda de oro de la Iglesia.

Las monedas de oro de la Iglesia son una de las características propias del culto, pues son talladas exclusivamente para uso interno. De buen tamaño y forma rectangular, como pequeñas tablillas de oro, cada una de ellas podría comprar una mansión o un pequeño barco fuera de la Iglesia. En la Iglesia, literalmente, pueden comprar cualquier deseo que estén en manos de otro miembro (siempre con la restricción de que no ponga en peligro el orden familiar, ni la riqueza e influencia del donante, por supuesto).
Tampoco es que las monedas sean muy necesarias, los miembros del Deseo del Infiel encuentran una especial satisfacción en procurar sus deseos a otros miembros, casi como si se tratase de un sistema de favores no escritos. De hecho, no se sabe de nadie que jamás haya rechazado devolver un favor si esto no le ponía en peligro, tras haber recibido él uno anterior. Por supuesto, es de muy mala educación rechazar cumplir los deseos de un “infiel”, como se hacen llamar sus miembros, que anteriormente haya procurado nuestros propios deseos. También es de mala educación recordarle a otro infiel los favores realizados, o alardear de ellos ante otros miembros.

Mientras tanto, el culto continúa su expansión, tanto a nivel geográfico como de su poder. En algunos entornos ya comienza a hablarse libremente, aunque con referencias crípticas, de su presencia, y las invitaciones a sus fiestas, bacanales, reuniones artísticas, tertulias y eventos, son cada vez más un objeto de deseo entre los jóvenes, y no tan jóvenes, adinerados de la Ciudad.

La Iglesia, la Corona y algunos industriales poderosos no le quitan ojo, e incluso sospechan que fue la causante de la ruina de la Compañía Británica de las Indias Orientales cuando ésta trató de cortar el acceso al opio, especias y otros productos exóticos a algunos de los miembros de la Iglesia.

Si esto es así, significaría no sólo que la Iglesia de los Sentidos lleva operando en Londres más tiempo del que parece, sino que su poder se extiende geográficamente mucho más allá de unas pocas ciudades de Europa y cultos paganos en las colonias del Sur de África.

Esto significaría que la Iglesia de los Sentidos es sólo la manifestación europea de algo mucho mayor y más terrible, y que sus miembros son algo más que un simple grupo de degenerados que se visten con los ropajes del orden y la ley para dar satisfacción a sus más bajos instintos.

Quizás, pronto, el resto de poderes de la Sociedad Inglesa tenga que intervenir para descubrir la verdad sobre la Iglesia de los Sentidos, y puede que los secretos que desentierren no sean precisamente lo que esperaban encontrar.

La Verdad tras La Iglesia de los Sentidos

Reuniones llenas de experiencias sensuales para todos los sentidos, banquetes repletos de manjares exóticos, conciertos cargados de melodías extrañas y rítmicas, casi hipnóticas, fiestas sexuales, sacerdotisas conocedoras de los grandes textos sexuales de todo el mundo, mayordomos entregados a satisfacer placeres secretos, libros prohibidos sobre los sentidos, las sensaciones y las experiencias, templos decorados para absorber por completo la voluntad a través de los sentidos, e introducir a los visitantes en mundos oníricos, drogas de múltiples usos, para centrar toda la atención en un sentido, en un acto, o para expandir la imaginación y la consciencia a mundos inimaginados del pasado, presente y futuro.

Tras esta fachada de entrega total al placer y a los deseos, tras toda su parafernalia y toda su pompa y boato pseudoreligiosos, la Iglesia de los Sentidos oculta una verdad mucho más extraña que su ya de por sí peculiar credo. Algunos dirían incluso que terrible.

El Deseo del Infiel no surgió, como parecen querer propagar sus miembros, en un culto pagano de África, sino mucho más lejos. Sí es cierto que los primeros contactos con profesantes del Culto fueron en el África Austral, pero el verdadero origen de la Iglesia está en la China Imperial.

Entre los funcionarios del imperio se ha venerado durante milenios un conjunto de conceptos, de ideas. Se trata de las materializaciones de El Deseo, El Orden y La Entrega. Esta tríada de conceptos primordiales han servido durante siglos a la burocracia imperial, quienes los adoran en secreto como entidades superiores, corpóreas y reales.

La lucha filosófica secreta entre el Budismo y Confucianismo contra el Culto de la Flor de Seda, como se llama la Iglesia en Oriente, se ha extendido a lo largo de los siglos por toda Asia.
Para el siglo XIX, el Culto ha logrado corromper tanto a la burocracia China como a la Japonesa, con resultados inesperados y divergentes.

La llegada de Occidente, estimuló a Japón a librarse de las ideas del Culto y purgar a sus seguidores, dando origen a la dinastía Meiji.

En China, sin embargo, el culto se ha fortalecido, aborregando y politizando las instituciones, hasta el punto de haber entregando en bandeja el antiguo Imperio Chino a las potencias occidentales.
Sabedor de la pérdida de su poder, El Culto de la Flor de Seda elaboró un ambicioso plan para penetrar en Occidente. Habiendo aprendido de sus errores, la facción Occidental del Culto hace tanto hincapié en la filosofía del Orden y la Obediencia (Entrega) como en la de las Pasiones (Deseo).

No piensan volver a dejar que el poder se les escape de las manos, pues saben que tras éste, se esconde la verdadera capacidad de satisfacer todos los deseos de sus miembros.

La Verdad tras la Verdad

Si bien el verdadero origen geográfico es un secreto guardado incluso dentro de El Deseo del Infiel, existe un secreto mucho mayor. Un secreto que sólo conocen los sacerdotes y sacerdotisas de más alto nivel, la Inspiración de todo.

El Culto y la Iglesia no son sino mecanismos de adoración de unas ideas, el orden y el deseo. Pero estas ideas no son un poder en si mismas, aunque en la vertiente China del Culto sean adoradas como tales. El verdadero poder tras el Culto es un ser primigenio llamado Arlaptuagha, el Rígido.

Arlaptuagha fue hace milenios el único Dios Exterior capaz de plantarle cara Azathoth, el Sultán Demoniaco. Infinitamente más poderoso que hoy en día, Azathoth se enfrentó a Arlaptuagha en una guerra que dio, según dicen, origen a nuestro Universo, destruyendo el Universo anterior, del que proceden, y sólo sobrevivieron, los Dioses Exteriores.

La batalla destruyó casi todo el poder de Arlaptuagha, y fue la causante de la actual locura y maldición de Azathoth. Sin embargo, el Sultan Loco triunfó, y a pesar de quedar enormemente mermado, conservó su papel predominante entre los Dioses Exteriores.
Arlaptuagha, mientras tanto, vagó hecho jirones por el tiempo y el espacio, y uno de esos jirones recabó en la Antigua China hace unos tres mil años. Allí, afianzado pero débil, permaneció tentando a las personas para que le entregasen las dos únicas cosas que podían ayudarle a recuperar parte de su poder. Obediencia y Pasión.
Poco a poco fue desarrollando el culto que devendría en lo que hoy conocemos coloquialmente como el Deseo del Infiel.

Arlaptuagha no descansará, no puede, hasta que cada hombre, mujer y niño del planeta adoren su presencia a través de la Satisfacción de sus deseos personales y la Obediencia a los designios de la Iglesia. Quizás, cuando haya conseguido este objetivo, su poder sea restaurado y pueda terminar la tarea que empezó hace mucho, aunque ello suponga la destrucción de este Universo.

Escenarios

Muchos son los escenarios posibles para desarrollar aventuras dentro, o entorno, a la Iglesia de los Sentidos.
El culto posee un gran poder, y sus partidarios han donado riquezas, capillas, mansiones y lugares de reunión, culto o simplemente centros de encuentro y retiro, en grandes cantidades. Aquí sólo hacemos mención a alguno de ellos, con el fin de que puedas tener una idea de los entornos en los que se desenvuelve la secta. No lo tomes como una lista cerrada, sino más bien, como un pequeño muestrario del catálogo total de recursos de los que disponen.

La Logia de St. Dustan

Ésta pequeña casa escondida en el centro de Londres es lugar de descanso y reunión para los miembros más importantes del Culto. Allí se practica el Ritual del Vhaarakha, desarrollado en África, por el que un grupo de fieles, mediante rituales sexuales y sensitivos, convierten a una persona totalmente entregada en un portal de conexión con Arlaptuagha.

El Templo del Durmiente

Este lugar de encuentro bajo las calles de Londres es un inmenso conjunto de sótanos y pasadizos conectados unos con otros. Aquí, los miembros del Culto y sus invitados, se sumergen durante horas, días o vidas enteras, bajo el Sueño del Dragón.

La Mansión Siempre Abierta

Esta mansión rural se encuentra en un lugar desconocido para todos excepto para los miembros de la Iglesia. Se dice que cualquiera que la visite podrá siempre, a cualquier hora, satisfacer sus deseos, ya sean gastronómicos, alucinógenos, sexuales o sentimentales.

La Biblioteca del Perfecto Orden

La más numerosa y rica biblioteca de Occidente, satisface tanto los deseos de conocimiento de los miembros más intelectuales de la Iglesia, como su necesidad de Orden. Aquí se encuentran algunos de los textos malditos más buscados.

El Nautilus

El Nautilus es una de las posesiones más extrañas del culto. Un armazón de metal y cristal en el fondo del Thamesis, donde se pueden degustar las más deliciosas o extrañas creaciones culinarias traídas de todas partes del mundo, mientras se observan las no siempre negras aguas del río sobre sus cabezas.

Epílogo

Como podéis comprobar, las posibilidades de utilizar El Deseo del Infiel en vuestras partidas son numerosas y variadas. También se puede incrustar en cualquier crónica que estéis desarrollando.

Sus agentes y miembros pueden estar por todas partes, porque literalmente, cualquiera puede haber caído bajo el influjo de Arlaptuagha, el Rígido, desde el truhán más infame de los bajos fondos hasta el miembro más inesperado de la Familia Real Británica.

Bienvenidos a La Iglesia de los Sentidos. “Orden a través del Deseo, Satisfacción a través de la Unidad”.

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