“No puedes confiar en nadie”
¡Aaaaarrrggg!, gritó para sus adentros Kreiser Nan.
La tinta de la aguja goteaba sobre la piel cetrina, dibujando ríos escarlata sobre el brazo del noble. Daba la sensación de que estuviesen cortando la carne del hombre con un cuchillo e hilos de sangre se escurriesen por el antebrazo.
Kreiser sentía los pinchazos a pesar de haber ingerido bayas azules de Arcorendra, de las que se decía aumentaban la resistencia y disminuían la sensación de dolor. No puedes confiar en nadie, se dijo a si mismo. Kreiser estaba molesto porque había pagado un buen puñado de adrianos de oro al mercader. Ese malnacido le había prometido que después de comerse una de sus bayas no sentiría ni la dentellada de un perro.
Apretó los dientes con fuerza ante una nueva punzada para no gritar.
Tendría que hacerle una visita al vendedor para que probase la efectividad de sus propias bayas mientras los déveres se comían sus tripas.
Sentía el pigmento palpitar bajo su piel. Aquello no era tinta corriente. Los maestros arbóreos la mezclaban con sabia de la planta hechidora, dotando a la tinta de propiedades especiales. El tatuaje marcaba para toda la vida a su propietario. Había criaturas que detectaban la sustancia bajo la piel, como el guardián del palacio o los dragómadas. La manera en que lo hacían era un misterio, pero la olfateaban como un sabueso el rastro de una presa. Desde ahora, jamás se podría esconder de ellos.
Obtener el tinte no era una tarea sencilla. La mezcla debía ser exacta. No era igual que mezclar aceite y vinagre y agitar. Un exceso de tinta o un exceso de sabia y la mezcla podía volverse peligrosa. La tinta envenenaba la piel y la carne bajo ella hasta llegar a causar la muerte, o peor aún, podría atraer a “cosas” contra su portador.
Muchos ladronzuelos trataban de imitarlo para adentrarse en los aposentos de los Isir. Cuando creían haberlo conseguido se percataban de su fracaso al sentir el frío acero oxidado del guardián del palacio clavándose en sus carnes.
Un nuevo pinchazo le laceró la carne. – ¡Hijo de un troll!- maldijo Kreiser al recordar de nuevo al mercader que le había vendido las bayas.
El dibujo bajo la piel ya estaba casi completo, una brújula con la flecha señalando hacia el sur, la ubicación de la Casa Isir. La marca no se apreciaría correctamente hasta que no sanasen las heridas provocadas en el proceso. En una semana, el magnífico tatuaje adornaría su brazo. Pero no era la función estética lo que más ansiaba Kreiser, sino la función simbólica, lo que representaba. El tatuaje era el punto final a sus ambiciones. Gracias a esa huella en su piel tendría acceso al Círculo Isir.
Sólo los diez hombres más ricos de Sheesa lo poseían. Y Kreiser era ya uno de ellos.
Presentía que hoy iba a ser un gran día. No por el nombramiento, que ya de por si era suficiente razón, sino porque lo sentía. Notaba que era uno de esos días en los que se levantaba rebosante de energía, con la fortuna completamente de su parte. En días como ése, los negocios se cerraban solos, y el dinero entraba a espuertas en su bolsillo. Tenía que aprovecharlo, porque no eran frecuentes. No es que Kreiser fuese un hombre supersticioso, todo lo contrario. A diferencia del resto de sus hermanos Isir no dejaba que las supersticiones influyesen en sus negocios. Él, por ejemplo, era capaz de hacer tratos los días de luna llena, algo totalmente inconcebible para los demás comerciantes. Anteponía la lógica a las cábalas, sin embargo en días como ese se dejaba llevar por las sensaciones. Y no le había ido tan mal considerando la fortuna que había conseguido acumular, pensó.
La fortuna de Kreiser Nan se había forjado a través de incontables tratos con los dragómadas. Pagaba generosas sumas de dinero a los viajeros para que le trajesen del exterior cualquier producto que escaseara en Sheesa. Después él los vendía al doble o el triple de su valor, y algunas veces hasta por diez veces su precio, como aquellos rollos de pergamino que le compraron por más de cinco mil monedas de oro. Pero nada comparado a los beneficios de su última adquisición, la que le había dado el empujón definitivo a su fortuna e incrementado sus beneficios hasta los límites que marcaba el Círculo Isir.
Su riqueza le había permitido comprar dentro y fuera de la ciudad todo lo que había querido. Joyas, casas, mujeres … sí, había sido muy rico y hecho todo lo que había deseado. Mas ahora, como miembro del consejo podría decidir el destino de toda la ciudad. Las tasas de los mercaderes, los impuestos a los ciudadanos, las condenas de los que incumplían las leyes. Auténtico poder.
Sí, Kreiser cumplía con el patrón de todo comerciante Isir. Sus ambiciones no tenían límites. Las malas lenguas decían que era capaz de todo por dinero y que había vendido a su mujer a un dragómada por una fortuna, pero lo cierto es que solo le habían dado diez mil adrianos de oro por ella, para nada una fortuna.
Sí, era capaz de todo.
-Ya está – la voz del maestro le despertó de sus ensoñaciones.
Kreiser destensó los músculos, y dejó escapar un gemido de dolor. Los ayudantes del maestro le vendaron con cuidado el brazo, mientras se secaba el sudor de su incipiente calva.
Se cubrió, no sin problemas, con la túnica dorada. La vestimenta era de corte sencillo, y le quedaba algo larga, le arrastraría al caminar. Tras su aparente simpleza, se escondía una prenda fina y delicada, tejida en seda natural, que contaba con una hilera de cristales de baritina que ribeteaban los puños y el cuello. Un broche en forma de moneda de oro adornaba el pecho y un cinturón de cuero marrón la ajustaba a la figura del portador.
Liberado de la tensión, Kresier volcó su atención a lo que le rodeaba. El salón principal del Palacio Isir estaba repleto de gente, aguardando a que finalizaran con el ritual. Todos los miembros del Círculo Isir estaban presentes, expectantes.
La opulenta sala asombraba a todo aquel que la contemplaba por primera vez. Acumulaba tanta riqueza que con su contenido se habría podido levantar una ciudad entera. Tapices que narraban la historia de Sheesa; lámparas de baritina de las minas del exterior; alfombras tejidas en las ciudades arbóreas; mesas de roble traídas de las ciudades élficas; azulejos del reino enano de Mithril; plumas de las águilas libres; incluso había lo que parecían ser escamas de un dragón negro.
Sobre una alargada mesa, abundante comida como para alimentar a todos los hambrientos de Sheesa: venado especiado, pollo con hidromiel, cordero con pimiento, lubina de Orcasis, botellas con licores afrutados, dulces cocinados por los mejores artesanos.
Y aderezando el ritual un cuarteto de músicos que deleitaban con sus instrumentos a los asistentes.
Kreiser debía reconocer que a la hora de celebrar un festín, los Isir no tenían rival.
Y todo ello en su honor, pensó lleno de regocijo.
Uno a uno le fueron saludando, la flor y nata de la ciudad. Charló con el todopoderoso Aris Madem dueño de las minas de baritina, quién le comentó su deseo de reabrir la mina enviando a los desahuciados a trabajarla. Una locura, mas si algo tenían los Isir, era que convertían los sueños en realidad. Vinus Karlo, un hombre medio ciego que tras unas gafas y un aspecto desgarbado escondía a uno de los mejores negociadores de la ciudad. Los hermanos Rem, prestamistas que se cobraban las deudas impagadas violando a las hijas de los deudores. Tham, el viejo dragómada retirado, un buen amigo que le había ayudado en sus tratos con la Caravana. Guisterlak, Fenmar, Tam… uno tras otro, el Círculo Isir al completo. Les conocía bien. En algún momento de su vida habían realizado negocios juntos. Les unía el dinero.
Muchas veces Kreiser se preguntaba si el dinero daba forma a la personalidad. En el caso de los Isir, tenía claro que no solo la moldeaba, sino que el dinero formaba parte de su esencia.
-Tío, Nheila está esperando … -le dijo su sobrino Haldrin, un joven alfeñique de apenas dieciséis años, el futuro heredero de la fortuna de Kreiser. – Dice que trae para ti unos barriles de… como lo ha llamado … ¿broa?
-Brea, Haldrin, brea. Tiene muchas utilidades, ya te las enseñaré.
Kreiser vio que su sobrino tenía los ojos rojizos, propios de los fumadores de aramento. Esa droga se había puesto de moda entre los jóvenes. En los últimos años no era raro ver fumarolas púrpura saliendo de las alcantarillas e inundando las callejuelas. Los fumaderos de aramento se escondían normalmente bajo tierra, lejos de la vista de la Guardia.
-El dragómada nos espera en su habitación.
-Puede esperar. Acompáñame, un buen Isir tiene que aprender… y hoy aprenderás, que no puedes confiar en nadie.
Essien, un hombre corpulento de casi seis pies de altura se estaba sirviendo una copa de licor afrutado. No se podía decir que fuese gordo debido a su gran envergadura.
-Saludos Essien-dijo dirigiéndose al enorme Isir.
Essien, echaba humo como las chimeneas del palacio, fumando como era costumbre en él en su pipa tallada en marfil.
–Saludos, Lord Kreiser – dijo dando una bocanada.
-Espero que esto no nos enemiste- si a Kreiser le acababan de tatuar el símbolo Isir, a Essien se lo acababan de borrar. Kreiser le había arrebatado el puesto en el Círculo.
-Solo ha sido una mala racha. En breve volveré a vestir esa túnica dorada, Lord Kreiser. El invierno ha sido suave y la gente no ha necesitado comprar mantas. El año que viene cambiarán las cosas- el negocio de Essien giraba entorno a la venta de tejidos. Tenía cerca de cien ovejas de las que obtenía lana para fabricar mantas y ropas de abrigo.
-Puede que tengas razón. Todos nos hemos arropado con tus mantas en las noches frías de invierno. Aprovecho para presentarle a mi sobrino, Haldrin. En unos años heredará mi fortuna.
-Esperemos que para cuando llegue ese momento aún la conserves- comentó maliciosamente Essien echándole el humo a la cara.
-Así sea- zanjó Kresier evitando cualquier enfrentamiento.
-Pero para que veas que no deseo nuestra enemistad, ven, acompáñame, y te mostraré uno de los secretos de mi riqueza.
Essien le miró algo perplejo. Los negocios de Kresier Nan eran un completo secreto entre los Isir. Aris Madem tenía sus joyas, los hermanos Rem sus préstamos … pero Kresier no tenía nada. Al menos nada que conociesen sus rivales.
-De acuerdo-dijo titubeante Essien. – Muéstramelo.
Essien seguía a Kresier echando bocanadas de humo. Y tras él su sobrino Haldrin. Dejaron el salón principal y recorrieron los intrincados pasadizos del palacio, evitando cruzarse con el guardián. A Kresier le ponía los pelos de punta y más ahora que, por culpa del tatuaje, podía olerle desde más de mil pies. No entendía como el Circulo Isir aun conservaba a una criatura como esa. No era humana, no tenía cerebro y no era manipulable, y eso no le gustaba a Kresier.
Ascendieron en silencio por una estrecha escalera de caracol, iluminada por antorchas. Los nobles Isir arrastraban las túnicas doradas sobre los gastados escalones, ciento veintitrés peldaños que provocaron que los tres hombres se detuviesen a recobrar el aliento al llegar a lo alto.
Cruzaron bajo el umbral de la puerta y salieron al exterior. El balcón se asomaba a la ciudad desde lo alto. Sobre ellos, una noche casi sin estrellas envolvía la ciudad, tan solo la luna, una rendija en el cielo que dejaba escapar haces color añil, destacaba en el firmamento. A su lado, las restantes torres hermanas del palacio Isir, diez alfileres que agujereaban la noche cerrada. A los pies, el laberíntico palacio, el río que serpenteaba enroscándose en la ciudad y las callejuelas sumidas en el silencio. Y más allá los hermosos invernaderos de sus rivales, relucientes como perlas plateadas en la noche.
Desde el balcón, un puente de piedra se arqueaba sobre la calle hasta alcanzar la torre situada enfrente. Las calles de los nobles, así llamaban a esos puentes los ciudadanos normales. Algunos nobles de Sheesa no descendían jamás al suelo. Enviaban a sus siervos a realizar recados y a comprar los productos de primera necesidad. Su vida transcurría en las alturas, de torre en torre, lejos de la miseria que asolaba los bajos fondos de la ciudad.
A pesar de ser noche cerrada el puente estaba bien iluminado. A mitad del mismo, un caldero en el que ardían rabiosamente unos maderos alumbraba el camino. Las llamas se levantaban varios palmos emitiendo una luz cálida que alejaba la oscuridad.
Kreiser Nan cruzó el puente y Essien le siguió. Haldrin se quedó en el balcón, esperando las órdenes de su tío.
-¿Dónde se esconde tu secreto? Empiezo a cansarme de tanto misterio- comentó molesto Essien.
-Ya hemos llegado. Levanta la vista- dijo Kreiser señalando sobre sus cabezas.
Atravesando las sombras, unas hebras doradas de varios centímetros de grosor unían las dos torres por diversos puntos. Algunas hebras se conectaban con el puente y otras se entrecruzaban entre sí. Essien, experto en todo tipo de tejidos no reconoció el material del que estaban hechas.
-¿Qué clase de tela es? – preguntó. – Parece seda como la que visten los dragómadas, pero nunca había visto algo semejante. ¿De dónde procede?
Kreiser le señaló un punto en medio del entramado de hebras doradas, arriba, perdido en medio de la oscuridad y Essien enmudeció, y sus ojos se desorbitaron al contemplar al artífice del sorprendente tejido.
Vistas desde el ángulo correcto las hebras formaban un preciosista dibujo geométrico. Y en medio del mosaico, su arquitecto, una araña.
Ésta no era como las arañas que empleaban las sombras para obtener venenos. Era una araña con la piel quitinosa, dura, capaz de resistir el filo de una espada. Tenía el abdomen alargado, color azabache brillante, que despedía destellos cuando la luz de las antorchas incidía sobre su piel. Manchas doradas adornaban su cuerpo negro, como estrellas ígneas en el firmamento.
Y tenía un tamaño cien veces mayor que el de las arañas corrientes.
No, no era una araña normal.
-Eso es … -trató de decir Essien.
-Una araña de tela dorada – completó la frase Kreiser. La llaman así porque vista contra el sol, la tela parece hecha de oro.
Las hebras doradas se entrelazaban y componían la majestuosa tela. Una tela de araña de un tamaño nunca visto, y la araña permanecía detenida en el dentro de la tela, inmóvil como una gárgola. Sobre su piel se reflejaban las llamas del caldero.
-¿Y de dónde ha salido un monstruo como ese?
-La trajeron los dragómadas hace ya un año. Lógicamente, cuando llegó en la caravana no era más que un huevo… ha crecido bastante rápido, aunque aún no ha alcanzado el estado adulto. Procede de los bosques de Suh-Sulken, la ciudad élfica y es un ejemplar excepcional. Cuando crezca será tan grande como un elefante de los que hablan las leyendas.
La araña se movió ligeramente, levantando sus dos patas delanteras y abrió y cerró sus quelíceros. Resultaba difícil saber si les estaba mirando tras los cuatro pares de ojos sin brillo.
El corpulento hombre retrocedió hacia el balcón, donde aguardaba el joven Haldrin, con el rostro pálido y los ojos rojizos a causa del aramento.
-Tranquilo, no es nada agresiva – trató de tranquilizarle Kreiser. – Sólo ataca si se la molesta.
En respuesta a esas palabras, la araña volvió a posar sus patas delanteras.
-¿Y cómo tolera esto el Consejo?-preguntó Essien.
-He informado al consejo de su presencia, y la han aceptado.
-¿Los has …?
-¿Sobornado? – dijo sin permitir que Essien terminara la frase.-Sobornado. Es una palabra muy dura. A mi me gusta decir más que hemos llegado a un entendimiento. Ellos ven las ventajas de esta araña, y yo veo las ventajas de que ellos las vean … solo hemos llegado a un acuerdo. Además, he prometido que no causará problemas. Si no, los dioscuros la habrían eliminado ya. Además, es impresionante lo que ha construido esta criatura. No te has fijado pero desde el suelo, la tela de araña parece el paño tejido por una diosa en el cielo.
-Pero que tiene que ver esto con tu éxito. No es más que una mascota …repulsiva, pero una mascota. ¿Cómo puede haberte ayudado a enriquecerte?
-Acércate más, te lo mostraré- dijo y se acercó a la telaraña.-Te mostraré mi secreto – e hizo una pausa para dotar de mayor secretismo a sus palabras. – La tela de esta araña está hecha de un material muy resistente. Hemos comprobado que es más resistente que el acero y además muy flexible. Fabricamos armaduras para los guerreros. Cotas de tela de araña las llamamos. Los dragómadas nos pagan enormes cantidades por cada armadura. Las flechas no son capaces de perforarlas, las garras de los déveres son inútiles contra ellas. Son ligeras y te permiten correr y nadar con ellas. Y además, la tela de araña ayuda a cicatrizar heridas. Valen lo que cuestan. Pero ven, te lo demostraré.
Kreiser extrajo una pequeña daga de una funda oculta en su túnica y trató de cortar una hebra. Cortaba y cortaba pero la tela no se rasgaba.
-El problema es que la araña no puede producir mucha cantidad y la cantidad para producir una cota es demasiado grande. Esta misma mañana hemos hecho una armadura. ¿No crees que pueda ser tan resistente? Mira, compruébalo tu mismo, no hay truco alguno. Trata de romperlo con esta daga, o con las manos. Tira todo lo que quieras que no cederá.
Essien, desconfiado agarró una de las hebras y tiró hacia abajo. El filamento cedió pero no se quebró. Repitió el proceso tirando hacia él, y a pesar de la fuerza con la que lo hizo el resultado fue el mismo. Convencido, trató de soltar las hebras pero no pudo. Se había quedado pegado.
-Qué…
-Perdona, olvidé comentarte este inconveniente. Eso y que cada vez que retiramos la tela de araña para fabricar una armadura la araña la reconstruye inmediatamente. El esfuerzo la deja exhausta, y necesita comer para no morir presa del agotamiento.
Essien se debatía por soltarse, tirando de la cuerda. Soltó la pipa que sujetaba con la otra mano y está repiqueteó contra el puente. Con la mano ya libre agarró de la hebra intentando tirar de ella y esta quedó también adherida a la tela.
-Maldito…
La araña, como accionada por un resorte recorría la tela zigzagueando hacia la parte inferior de la tela, buscando curiosa la causa de las vibraciones.
Vista de lejos parecía grande, pero a medida que se acercaba su verdadero tamaño quedaba patente.
Essien miró a Kreiser, esperando que lo liberara. El rostro de Kreiser le observaba impasible. Una sonrisa parecía asomar en la comisura de sus labios. Tras él, su sobrino miraba con espanto la escena.
El Isir prisionero forcejeó aún más, presa del pánico y comenzó a chillar. Los tirones eran cada vez mas desesperados.
Esto agitó aun más el hilo al que estaba adherido.
-Kreiser… suéltame… – suplicaba. – Kreiser… por Adrient… te daré todo lo que me pidas… – las facciones del corpulento hombre estaban desencajadas por el terror.
La araña se cernía ya sobre Essien, igual que las nubes lo hacían sobre la luna. Se situó sobre el hombre que chillaba como un cerdo en el matadero.
Desde la oscuridad Haldrin pudo contemplar como Essien se había orinado encima y un reguero corría sobre el puente, resbalando sobre la piedra granítica y cayendo por el borde.
La araña alcanzó a Essien, que giró la cabeza intentando proteger el rostro. Tanteó con sus patas el punto donde estaba unido el hombre a la telaraña y en un rápido movimiento le clavó los quelíceros en uno de los brazos. Entonces se retiró unos metros.
-¡Kreiser, libérame y te lo daré todo, todo! Me iré de la ciudad si así lo d… de… – la lengua se le empezaba a dormir. El veneno había empezado a hacer efecto.
Con sorprendente facilidad, la araña se situó sobre Essien y comenzó a girar el cuerpo del hombre que se debatía débilmente y lo envolvió con el filamento que surgía de su abdomen. Parecía una costurera enroscando su particular ovillo.
Sujetó en primer lugar los brazos del hombre contra al cuerpo para facilitar su trabajo. Las ocho patas trabajaban metódicamente.
-Olvidé comentarte que las arañas de tela dorada, no matan a sus presas. Las mantienen con vida envueltas en su ovillo para devorarla cuando se les antoja. Puede que te tenga así un día, o dos … o quizá solo unas horas. Espero que no se te haga muy larga la espera.
-Kreiser por Adrient…ayud… -la seda amordazó a Essien. Con un par de giros mas, medio rostro estaba ya tapado. Sólo quedaban a la vista los ojos sumidos en el horror, implorando piedad.
El sobrino retrocedió sumiéndose en las sombras, como si la oscuridad pudiese protegerle de lo que estaba contemplando.
-Adiós Essien. Si te sirve de consuelo no tengo nada contra ti. Vámonos- le dijo a su sobrino mientras recogía la pipa que había dejado caer el comerciante.
Sobrino y tío dieron la espalda a cazador y presa. Tras ellos, la araña amortajaba con su tela a su víctima a la luz del fuego.
Ya en el interior de la torre Kreiser caminaba de vuelta al salón principal. El tatuaje le palpitaba con más fuerza que antes. Descendían la escalera en espiral, seguidos por las sombras danzantes que las antorchas proyectaban contra los muros de piedra. Haldrin parecía inquieto.
-¿Por qué lo has hecho tío? Su familia hará preguntas, su desaparición levantará sospechas. Si la guardia descubre su cuerpo vendrán por nosotros- pronunció tímidamente, tratando de seguir los pasos rápidos de su tío.
-Tranquilo Haldrin, en dos días no habrá cuerpo, por muy grande que sea el cuerpo de Essien. Nuestra amiga de ocho patas, hará el trabajo sucio. Ni siquiera las sombras de Serrent podrán encontrar una sola evidencia de lo sucedido. He visto a esa criatura hacer desaparecer el cuerpo de una oveja en unas horas…
-¿Pero por qué? – le insistió de nuevo el joven.
-Somos Isir. Y él también lo era. Está en nuestra sangre. Jugamos a este juego desde antes de la fundación de esta ciudad. Has entrado en el mundo de los adultos, ya no estás en uno de esos juegos de niños en las que os mentís y engañáis por un pedazo de tarta. Lo que está en juego son fortunas y vidas. Essien ha pagado con la suya. De no haber tomado la iniciativa el que podría estar en esa telaraña sería yo. Me ha costado mucho llegar hasta este puesto. No quiero cerca a ningún hombre rencoroso que en un momento de descuido me dé una puñalada por la espalda.
-Entiendo.
-No, no lo entiendes pero lo harás. Si te sirve de consuelo se lo tenía bien merecido. Ese hombre ha contratado matones para amedrentar a sus rivales. Han incendiado comercios, robado mercancías, atemorizado familias enteras…a saber cuantos huesos han roto esos bestias para su amo. No lo olvides, somos Isir y somos capaces de cualquier cosa por un puñado de monedas de oro. Recuerda esto. Házselo tú a tus enemigos antes de que te lo hagan ellos a ti.
Haldrin guardó silencio, meditando las palabras de su tío.
-Bien, volvamos a la fiesta. Tenemos mucho que celebrar.
-Si tío – dijo tratando de olvidar la escena sucedida momentos antes- por fin perteneces al Circulo Isir, eres uno de los diez hombres mas ricos de la ciudad.
-Si, mucho que celebrar … – dijo pensativo Kreiser- soy la décima persona más rica de Sheesa. ¡Ahora solo tengo que matar a nueve personas más! – dijo sarcásticamente Kreiser.
-Lo dices en serio, ¿tío?
Obtuvo el silencio por respuesta.
-Espero que hayas aprendido la lección – continuó Kreiser mientras examinaba la pipa que le había arrebatado a Essien.
-Si tío.
-No puedes confiar en nadie. En nadie. Ese estúpido de Essien lo hizo en mí y ahora es comida para arañas. Nunca, nunca, descuides tu espalda. Anticípate a tus rivales. Piensa lo impensabl… Aaaarrgggg …qué…-las palabras se escaparon de la boca de Kreiser sin emitir sonido.
El puñal salía a través de la tripa del noble Isir empapado en su sangre. La túnica dorada cambiaba del color dorado al púrpura a borbotones. La vida se le escurría por la herida. Y tras él, su sobrino, empuñando el arma mortal. Su heredero. Un Isir.
-Pe…p…-tartamudeaba mientras un hilo de sangre le salía por la comisura de los labios, y los ojos perdían toda expresión.
-Si, tío, he aprendido la lección- le susurró al oído mientras extraía el puñal y se lo clavaba una y otra vez en la espalda.- No puedes confiar en nadie…
Por Jose Carlos Agenjo