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Elecril se encomendó a sus dioses, y esperó la oleada de poder que acto seguido debía recorrer su cuerpo, endureciendo sus escamas escarchadas y llenado de frío su sangre y otorgándole los poderes que le hacían un enemigo tan terrible en combate.
El ritual de Alasul, el dios Gélido, le proporcionaría poder suficiente para enfrentarse a su muerte con algo más que el heroísmo que se le suponía.
Pero las plegarias parecieron no surtir su efecto, Alasul no parecía atender sus plegarias, y las extrañas bestias que le rodeaban le derribaron con salvajismo despiadado.
Sus cuerpos escamosos chocaron con su cota de armadura, y sus propias escamas se rompieron bajo la presión. Unos ojos fríos le contemplaron, mientras las garras de sus enemigos, comparables a las suyas en fuerza y saña, aplastaban su draconiana cabeza contra el suelo embarrado.
Elecril era uno de los miembros de la fuerza expedicionaria que el Noble Duque Klimangar había despachado para descubrir la naturaleza de la amenaza que parecía cernirse desde el sur.
Pocas cosas inquietaban a Kilmangar en lo alto de su montaña nevada, que dominaba la sabana desde la que podía advertir cualquier ejército o amenaza que se acercase desde cualquiera de los puntos cardinales. Al Norte, donde los reinos de su hermano mayor hervían de riquezas y aventureros, al Este y al Oeste, donde sus aliados y protegidos regentaban reinos marcas, ciudades estado y demás condominios dracónicos. Ni siquiera al sur, donde la sabana se extendía hasta donde la vista abarcaba, y se unía, en el horizonte, con los verdes esmeraldas de la Selva Eterna, la impenetrable y milenaria extensión selvática que recorría el sur más lejano, ascendiendo por las Montañas del Fin del Mundo, que caen a pico sobre el océano.
El Sur, donde su pueblo de hombres dragón nómadas vivían en paz, pastoreando los rebaños de sus grandes bestias que les alimentaban y les servían para comerciar con todos los demás reinos y estados de los dragones, sus hermanos.
Elecril era uno de los guardaespaldas del Duque, su mano derecha quizás, y cuando surgió una amenaza que, aunque no ponía en peligro el Trono de Nieve, sí amenazaba alguna de las tribus súbditas de los rincones más alejados del reino.
Y eso era algo que el Nacido Noble no podía permitir.
Una fuerza de hombres dragón fue despachada hacia las selvas donde habían desaparecido algunos miembros de los pueblos nómadas, encabezados por Elecril, con el fin de descubrir el origen y la naturaleza de la amenaza.
Unos pasos le liberaron de sus ensoñaciones. El chapoteo de garras, seguido del arrastrar de una prenda pesada sobre el cenagal le dijeron que el líder de la partida que les había emboscado y aniquilado había llegado.
La pesada túnica le identificó como un sacerdote, aunque Elecril no pudo reconocer los extraños símbolos rúnicos que la adornaban, ni la especie de la criatura que la portaba.
Su voz, que sonaba siseante y grave como un trueno, restalló en un idioma desconocido para él.
Acto seguido, sintió un repentino golpe en la base del cráneo, y la oscuridad le abrazó.