Esta historia no pretende ser más que un pequeño añadido a la Historia de la Tierra Media para aquellos que deseen usar algo diferente y que se sale del canon.

Tomáosla como una historia curiosa, respetuosa por cuanto no pretender sino crear una historia paralela que podéis usar, o no.

El Pesar de los Alda

Se dice que Melkor y Manwë fueron nacidos de la mente de Ilúvatar. Se sabe que Melkor, el llamado Morgoth, retó a los Valar, engañó a los primeros elfos y creó los elfos oscuros y fue finalmente derrotado por los valar que acudieron en ayuda del pueblo élfico, y encadenado con Angainor, la cadena de Aulë, durante tres edades.

Lo que no se da por sabido es que, para derrotar a Melkor en Utumno (Udûn), al hijo de la mente de Ilúvatar, los valar hubieron de recurrir a Eäralda, su hija del corazón.

Hermosa madre de las criaturas arbóreas del reino del norte, Eäralda era una de las criaturas más hermosas creadas por Eru. Reinaba pacífica en los bosques boreales que en los albores de la primera edad poblaban el inabarcable Norte, hasta la llegada de Merkor.

El más poderoso de los Ainur arrasó con su magia el norte, conviertiéndolo en un desierto helado, a su gusto, y destruyendo los Bosques de las Edades. Eäralda, devastada y herida, fue a dormir al seno de Eru, a reponerse de sus heridas.

Cuando Melkor fue derrotado en La Guerra de los Poderes, y Utumno sumergida bajo las aguas heladas de la bahía de Forochel, todo el mundo atribuye a Tulkas tal hecho, pero lo que sucedió tras los hechos cantados y narrados, es algo mucho más oscuro.

El ejército que Melkor enfrentó a los Valar h a Tulkars no era sino una fracción de su verdadera armada.

Al noreste, aguardaba una legión de legiones de siervos de gran poder y número inabarcable. Allí moraban los barcos de piedra y hielo comandados por Espectros inmortales y gélidos, surcando los mares de hielo. También las gigantescas Balrogras, las Madres de los demonios Maiar, los infinitos hijos de Ungoliant, las legiones de elfos corrompidos por Morgoth, los dragones de hielo, fuego y sombra, los gigantes de hielo y todos los engendros que la mente y la magia de Melkor pudieron concebir.

Una legión diez veces más grande que los ejércitos que guardaban Udún.

Eru, conocedor de la inminente derrota de los Valar, tomo la terrible decisión de despertar a su hija para que atacase las legiones del Este y éstas no pudiesen correr en socorro de su señor. Pero Eäralda había cambiado.

El dolor y la pérdida no habían remitido durante su sueño, sino que retorcieron su mente convirtiéndola en alguien más terrible incluso que Melkor.

Aquellos que contemplaron su furia le dieron el nombre de El Pesar de los Alda, el Mal de Eä. Y hasta Melkor y Sauron se hubiesen echado a temblar de haberse enfrentado a ella.

Despierta y llena de una ira inconquistable, Eäralda despertó a sus hijos. Los Ents primigenios, gigantes boreales diez veces más altos que el más alto de los ents. Urbol, la Madre del Bosque, la mayor de ellas, más antigua que las más antiguas cordilleras, superaba en tamaño algunas montañas pequeñas, y sus ejércitos de pastores de árboles y ucornos no-muertos eran comandados por ents hembras de cien metros de altura.

De sus raíces ya moribundas brotaban sus hijas no-muertas, las entraias, seres de perdición mitad ent mitad hongos, ents fungicos de magia oscura, capaces de herir incluso a la muerte.

Sus ejércitos eran comandados por driades heladas y espíritus de los bosques muertos. Espíritus aulladores de bellos cantos y perdición. Titanes de hielo que cuya sangre era capaz de congelar a cualquier enemigo si caía sobre él.

Y a si servicio y al de todos ellos llamó al Primer Pueblo, los Soron Aldalië, los señores rapaces de los árboles, moradores de los antaños verdes y helados valles, la legión furiosa de cien mil hijos guerreros, deseosos de vengar la pérdida de su ancestral hogar.

La batalla que quebrantó en nordeste empequeñeció todo cuanto se ha visto en cualquier edad. Los dragones arrojaban fuego y sombra sobre las gigantescas hijas de Urbol, los Soronalda, armados con armas de madera más duras que el acero más duro, combatían legiones de orcos, arácnidos y espíritus.

Eäralda llamó incluso a sus antiguos aliados. En la batalla combatieron a su lado, con valor y arrojo, Tom Bombadil, quien cantaba canciones fúnebres que rompían la voluntad de sus enemigos, Aemaras, la reina de las águilas, cuya figura empequeñecía al dragón más grande y, por supuesto, los ancestrales Maiar, ligados al Pesar de los Alda por juramentos y promesas más antiguos que la luz de las Dos Lámparas.

Finalmente, Eäralda salió victoriosa, no sin grandes pérdidas en su ejército, pero gracias a ella y su Legión Condenada, Melkor fue finalmente derrotado más al oeste.

Cumplida su tarea, los temores de los Valar resultaron ser infundados. Eäralda no pretendía, como temían, erigir un reino de hielo y muerte allí donde antes residía su hogar.

Tampoco marchar sobre los reinos de la Primera Edad, para reclamar su lugar en la historia del mundo.

En lugar de ello replegó sus ejércitos y partió en busca de otros reinos y mundos, prefiriendo sumirse en la oscuridad y el olvido. Y la historia no la recordaría, ni recordaría que a pesar de su pérdida y dolor, Eäralda acudió al rescate de sus hermanos e hijos, y ayudando a forjar, en secreto, la que sería la historia de la Tierra Media que todos conocemos.